Armando Bauleo era una persona muy comprometida con los proyectos que iniciaba. Proyectos personales u otros que supervisaba a sus discípulos y amigos. Siempre lo vi muy interesado en todos los desarrollos que se sucedían del grupo operativo y sobre sus aplicaciones en los espacios más disímiles. Adquiría como una “responsabilidad” especial cuando alguien tenía alguna idea para hacer algo. Era una persona particularmente entusiasta y estimulaba a sus discípulos a intentar una y otra vez proyectos, aunque estos pudieran parecer, al principio, imposibles.
Jamás vi que desautorizara a nadie, a pesar de que la persona pudiera contar con pocos conocimientos teóricos o técnicos. Me parece que estaba guiado por un interés político. Estaba convencido de que la instalación de grupos era como apelar al deseo, el que en el espacio grupal adquiría una potencia contagiosa, tenía poder. Es probable que creyese en el deseo como producción, tal vez desde antes de que se enterara de la propuesta deleuziana.
Todo proyecto suponía para él una batalla que habría que dar con alegría. No hay duda de que gozaba plenamente cuando se reunía con otros para diseñar un proyecto, asesorar en ciertos mecanismos propios de su implementación o cuando, en su desarrollo, supervisaba con particular curiosidad lo que allí ocurría.
Si bien Pichon había dicho que el analista no debía ser curioso a Armando la curiosidad lo mataba. Tal vez también había querido mantener cierto control sobre la situación cuando asesoraba o supervisaba. No era raro que su presencia imponía leer las cosas de otro modo y rever todo lo que ya se había realizado. Todo era posible desde su mirada, incluso hasta un poco temerariamente.
Son innumerables los proyectos que apoyó, tan solo podré referirme a aquellos en los que estuve involucrado o que por cercanía con los realizadores pude aprovechar de las enseñanzas que se desprendían de los mismos, o de otros que seguí desde lejos con interés.
Al año de haber iniciado los grupos en Montevideo, un grupo de compañeros decide aplicar los grupos operativos al abordaje de la problemática familiar. Así fundan una institución para orientar a las familias realizando psicoterapia familiar operativa. Es probable que este haya sido el primer proyecto de envergadura en Montevideo ya que por un lado, la Asociación Psicoanalítica Uruguaya no parecía interesarse como institución en el asunto y por la misma razón tampoco había analistas que atendieran familias. Algunos analistas habían desarrollado de manera muy rigurosa el tratamiento de niños en grupos terapéuticos pero el tema de la familia como grupo no había sido abordado.
“En Montevideo tuvo un gran desarrollo la aplicación de la concepción operativa en el tratamiento de familias. Se llevaron a cabo experiencias interesantes sobre la articulación de tratamientos individuales y familiares, sobre todo en los casos borderline, llamándose esta tendencia psicoterapia combinada”.(Bauleo 2000)
Y comentando el libro de Scherzer, decía:
“Se puede observar cómo algunos escritos se ciñen a relatar lo realizado en la labor individual y en lo grupal familiar y la terapia combinada aparece como la fórmula o como una esquematización de la articulación entre esos ámbitos” (Bauleo 1985).
El interés de Bauleo por la terapia familiar no era casual, Pichon (1970) había escrito numerosos artículos sobre el tema; el último había sido presentado en el Primer Congreso Argentino de Psicopatología del Grupo Familiar, realizado en Buenos Aires en 1970. A su vez el primer libro de Armando (1970) incluye un apartado extenso sobre el tema, producto de un curso que ya había dictado. Con todo esto quiero señalar que si bien el aprendizaje de los grupos operativos fue la razón por la cual Bauleo comenzó a cruzar a Montevideo, una de las primeras aplicaciones que cobró fuerza fue la del trabajo con el grupo familiar. Armando se entusiasmó decididamente con esta alternativa ya que encontró una tierra fértil para sembrar e investigar, así como necesidades sociales que no estaban siendo cubiertas por los especialistas locales. Muchos hicimos nuestras primeras experiencias con grupos familiares y algunos continuaron trabajando esta temática como especialidad de ahí en adelante. Había algo militante en su enseñanza, es probable que no estuviese en su ánimo quedarse mucho tiempo, tan solo instalar un “enseñaje” y monitorear a la distancia su desarrollo.
En esa misma época Bauleo nos pone (éramos un grupo de seis compañeros de Facultad, algunos ya recibidos) en contacto con H. Kesselman (uno de sus hermanos de diván) quien – también pichoniano – estaba trabajando sobre el modelo de una psicoterapia operativa de objetivos limitados (Kesselman, 1970). Ello incluía trabajo individual y grupal y la re-conceptualización de la tarea a un foco de problemática, esto es, al objetivo limitado. Al tiempo de trabajar con Hernán consideramos la posibilidad de realizar una experiencia de orientación vocacional grupal, utilizando técnicas de movilización como parte de un laboratorio social (Altman et al 1970). Bauleo estuvo pendiente tanto de la planificación como de la realización de la misma. Era la primera vez que algo así se realizaba en el Uruguay. En Buenos Aires se venían haciendo laboratorios diversos desde hacía algunos años y se había llegado incluso a utilizar dicha técnica como experiencia de admisión a la carrera de psicología en la misma Facultad de Psicología de la U.N.B.A. (Aisenson et al 1970)
Al tratarse de una experiencia novedosa servía para “validar” una forma de trabajo grupal expandiendo las posibilidades de aplicación del grupo operativo y su concepción de la psicología social en temáticas nada tradicionales. Puedo decir que más allá de la distancia “operativa” Armando se sentía profundamente comprometido al tiempo que brotaba con control y mesura su orgullo y placer por sentirse participando como en una travesura.
Su paso por México deja imborrables huellas. Apoya decididamente el proyecto de una licenciatura en psicología social que funciona con sistema modular, novedoso proyecto que estudia problemáticas en vez de asignaturas. Trabaja grupalmente con aquellos que diseñan el modelo. Para 1980 ya hay egresados de la licenciatura quienes hacen a su vez grupos con los alumnos. Se trata de armar una escuela que funcione grupalmente en un espacio universitario tradicional, toda una apuesta que deberá enfrentarse a las rigideces institucionales del propio Estado (Vilar 2008). Reiteradamente retorna a la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco donde dicta conferencias, hace grupos (incluso jornadas intensivas de varios días) y asesora ciertos movimientos de la implementación del proyecto. De la pasión por el grupo operativo se pasa a un momento dilemático cuando se comienza a oponer el grupo a la institución, a partir de la “llegada” del análisis institucional (R. Lourau visita varias veces la UAM-X).
Dadas las limitaciones de un programa de licenciatura se piensa en algo de mayor envergadura. Se diseña (Kaminsky 1980) la realización de un proyecto de Magister en Grupos e Instituciones cuya primera versión está pronta en 1980 si bien sufre modificaciones que retrasan su implementación hasta varios años después. En todo caso, la cuestión de subvertir el orden institucional del espacio universitario es una antigua preocupación de Bauleo, desde los tiempos en que hacía clases en la Universidad de La Plata.
El caso de los Encuentros de Psicología Marxista y Psicoanálisis constituye otro espacio al que se dedicó con conocimiento y causa. Mimi Langer y J.C. Volnovich habían logrado el sí de Fidel para abrir estos espacios de diálogo. Los psicoanalistas de izquierda iban a tener que enfrentarse a la realidad de la psicología de Cuba, a una psicología que había realizado la Revolución y se había comprometido para sostenerla y profundizarla. A su vez la Isla iba a abrirse a la fuerza de la fantasía, o, como decía Armando a que la ideología es un asunto del inconsciente. Pues bien, establecidas las bases del nuevo proyecto internacional e internacionalista, llegó Bauleo para “colaborar” en la organización, muy probablemente con la intención de dirigirla.
Calviño (2008) quien fuera finalmente y por varios años el secretario general del comité organizador recuerda: “En los bajos de la Biblioteca Central de la Universidad de la Habana intentábamos hacer la acreditación para el Encuentro entre Psicoanalistas y Psicólogos Marxistas. Todo estaba tranquilo hasta que él llegó (lástima que este texto no tenga sonido para que pudiera escucharse la eterna risotada que repetía una y otra vez con la espontaneidad de un escolar). La inmensa fama que le precedía como grupólogo, el respeto que se le concedía por toda aquella historia de Plataforma, era nada en comparación con la que se ganó, en unos segundos, de tipo simpático, agradable, jaranero. Armó y desarmó aquel Encuentro con su irreverencia cultivada desde el combate político y epistemológico. Hacía perder la paciencia a los más aguantados. Éramos incapaces de comenzar una reunión de lo que el mismo llamó “El Comité internacional” sin que llegara”.
Armando tenía que estar allí, por derecho propio, por interés de muchos, por razones políticas y técnicas, porque sentía que el “cruce” entre el psicoanálisis y marxismo era su tema de antaño (Bauleo 1973) desde la época de Cuestionamos, y porque sentía por convicción, de que el grupo operativo era una herramienta privilegiada para apoyar el proceso revolucionario cubano.
Tal vez uno de los proyectos centrales en la vida de Armando haya sido el de los Corredores terapéuticos, desarrollado en Madrid. Debe tenerse en cuenta que Bauleo podría haber visto este diseño como una manera de plasmar en un espacio oficial un proyecto alternativo de envergadura, esto es, apuntar a un modelo que fuese realmente una opción al manicomio. Sabemos que posteriormente fue invitado a participar en el proceso de desmanicomialización del Hospital Borda de Buenos Aires (Dibarboure 1998), junto con otros especialistas. Pero un proceso de desmanicomialización forma parte ya de una tradición inaugurada por Basaglia. En cambio los Corredores terapéuticos fue un proyecto nuevo, funcional y que según su organización estaba en condiciones de procesar cantidades importantes de pacientes de diversos grados de gravedad. Además, el mismo modelo supone una instancia de supervisión permanente para estar atento a no reproducir la lógica de la locura en la institución, según la célebre observación de J. Bleger.
Bauleo se afilia a una tesis que podría rezar del siguiente modo: La única forma de no volvernos todos locos (pacientes y terapeutas) es estando permanentemente en grupos que nos permitan reflexionar acerca de lo que nos ocurre cuando realizamos un trabajo de salud mental en una institución.
Ello supone estar pendientes de las ansiedades que se generan en el trabajo y que repercuten en la relación con el paciente y al interior del equipo de trabajo, y que se enquistan en estereotipos (lo institucional) que tienden a eternizarse. Coincidiendo con Bion afirma “el grupo es esencial para que el hombre pueda llevar una vida plena”.
El entusiasmo de Armando por este proyecto es evidente, veamos algunos indicadores.
– La cantidad de artículos publicados sobre el particular (1987 a 1990).
– Se trata del único proyecto en el cual Bauleo se preocupa de recorrer su trayectoria desde los orígenes junto a Pichon, en la cual reflexiona una y otra vez acerca de cómo implementar un dispositivo que condense sus aspiraciones sobre el tema.
– La modalidad que le da a su artículo Corredores terapéuticos que aparece con un subtítulo Esbozo de carta abierta a un querido amigo discutidor (otro “hermano” de diván), nos muestra que es un tema – probablemente como ningún otro – con el que Bauleo ha estado “insistiendo” con sus amigos para que lo ayuden a pensar una cuestión que le preocupa. Diálogo necesario para clarificar las ideas como el realizado tras “largas noches” de conversación con el mismo Pichon.
– Sostengo que el primer paciente de los Corredores terapéuticos es Armando mismo. En un texto lleno de alusiones sugerentes Bauleo (1986) comienza con la célebre fórmula utilizada por Rodrigué en El paciente de las 50.000 horas, preguntándose por el integrante del grupo operativo que ha alcanzado las 6.000 horas, tras una práctica de 20 años. La interrogación sobre los efectos va dirigida sobre él, fundamentalmente, y sobre los otros que están presentes en la “extensión de las prácticas grupales”: leo aquí en particular, la inquietud acerca del quehacer de sus discípulos. Luego reconoce que “la escena grupal se desenvolvió frente a nosotros acompañada por nuestra curiosidad…”
– Define la contratransferencia como “la historia grupal del coordinador”, y más adelante reflexiona comentando el asunto de la “exterioridad”: “Todo lo anterior, desde otro ángulo, podría ser visto como un gran grupo externo en rapport con el grupo interno del observador”. Y como si aún no quedara claro… “Creo que es justamente esa ilusión (la de la igualdad), reminiscencia o residuo de la horda primitiva, el objetivo central de la labor interpretativa” (que obviamente realiza él, agrego yo).
Dicho de otro modo, Armando no podía mantenerse ajeno a cierta trascendencia de su práctica grupal y a los efectos en los integrantes de los grupos entre los que se encontraban sus discípulos. Creo que insistía la pregunta “Qué hacen (efectos) aquellos que por participar en un grupo aprehenden de los grupos”, tratando de contener el asunto de las repercusiones, rebotes, rizomas – se diría ahora – de la intervención grupal.
Así, creo que con los Corredores terapéuticos aparece el armado de un proyecto nómade y Armando como nómade en su propio territorio, recreándose en cada nuevo grupo.
Bibliografía:
Aisenson, D., Kestelboim, E., Slapak,S.(1970) Laboratorio de Relaciones Humanas del Curso de ingreso a la carrera de Psicología , Facultad de Filosofía y Letras, UNBA, 1968, publicado en Revista Argentina de Psicología Nº 3, Galerna, 1970.
Altman, M.,Costa,M. Foladori, H., Perrés, J. (1970) El laboratorio social en elección vocacional, trabajo presentado en la Mesa Redonda sobre Enfoques Teóricos y Realizaciones en Orientación y Guía Personal de las VIII Jornadas Uruguayas de Psicología, Montevideo. Se publicó en la Revista de Psicología Dialéctica , Nº 3, Ed. Melva, México, D.F., 1972
Bauleo, A. (2000) Prólogo al libro de H. Foladori, El grupo operativo de-formación, U. Bolivariana, Santiago de Chile.
Bauleo A. (1990), (en colab. con Juan Carlos Duro y Rosina Vignale) La concepción operativa de grupo, Asoc. Española de Neuropsiquiatría, Madrid.
Bauleo, A. (1990) (en colab. con Marta de Brassi) Clínica grupal, clínica institucional, Atuel, Bs.As.
Bauleo, A. (1989) Corredores terapéuticos y La idea y la práctica de “los corredores terapéuticos” (colab.Duro y Vignale, Lo grupal Nº 7, Ed. Búsqueda, Bs. As.
Bauleo, A. (1987) Interrogantes surgidos cuando se realiza una organización de servicios, Lo grupal Nº 5, Ed. Búsqueda, Bs.As.
Bauleo, A. (1986) Efectos del proceso grupal, Revista Lo grupal Nº 3, Ed. Búsqueda, Bs. As.
Bauleo, A. (1985) Prólogo al libro de A. Scherzer, Emergentes de una psicología social “sumergida”, Banda Oriental, Montevideo.
Bauleo A. (1973) (Comp.) Vicisitudes de una relación, Granica, Bs. As.
Bauleo, A. (1970) Ideología grupo y familia, Kargieman, Bs. As.
Calviño, M. (2008) Desde la isla de tus ilusiones. www.psicologiagrupal.cl.
Dibarboure, L. ( 1998), Sur, manicomio y ¿cuándo el después?, Revista Topia, Bs. As.
Kaminsky, G. (1980) Master Program in Social Psychology, Abstact book, VII International Congress of Group Psychotherapy, Copenhaguen.
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Manero, R. (1992) La novela institucional del socioanálisis, Colofón, México D.F.
Pichon-Rivière, E. (1970) Una teoría del abordaje de la prevención en el grupo familiar, Patología y terapéutica del grupo familiar (Actas del 1er. Congreso), Acta, Buenos Aires.
Vilar, Eugenia (2008) Comunicación personal.