El lugar que hoy ocupa la práctica psicoterapéutica y psicoanalítica viene modificándose junto a las transformaciones que la representación social de las diversas prácticas asistenciales están padeciendo.
El trabajo que realizamos está marcado menos por nuestros debates y más por las circunstancias de época y el modo en que ésta renueva la representación social de las diversas prácticas.
Los estudios de salud pública vienen planteando hoy el concepto de salud – enfermedad, atención complejizando así el binomio salud -enfermedad que se mostraba insuficiente para dar cuenta de los procesos de enfermar tal como se manifiestan en la actualidad.
Esto marca la importancia de tener en cuenta el vector atención en los estudios epidemiológicos que sustentan cualquier programa de salud.
Si esto es así para las enfermedades en su totalidad, lo es mucho más para definir y plantear una epidemiología actual en el campo de las neurosis y las psicosis.
Así, temas tan caros al pensamiento psicoanalítico como proceso, contratransferencia, o campo analítico, amplían la comprensión del fenómeno de la atención y se empiezan a articular para pensar y plantear cualquier posible sociología de las enfermedades en general y, claro está, de la enfermedad mental.
Las prácticas psicoterapéuticas y psicoanalíticas tienen un aporte importante a dar en el campo de la atención en la medida en que hagan de su clínica un proceso capaz de comunicarse tanto en un registro semántico como pragmático al que llamaremos de la «clínica tal como ella es».
Plantearemos entonces las cuestiones referidas a las neurosis tal como se manifiestan en la actualidad desde la perspectiva de la atención para analizar la reestructuración de la economía libidinal que enfrentamos hoy en nuestra labor psicoterapéutica.
A sabiendas o no, el psicoanálisis argentino es destinatario de un proceso cultural, donde las discusiones entre técnicas, práctica, praxis y supuestos teóricos pueden alimentar la labor psicoanalítica o ponerse al servicio de defender o cuestionar intereses corporativos.
Los devenires de la clínica real tal como se manifiesta en el trabajo cotidiano en estos tiempos, muestran la insuficiencia de las remisiones a una escuela, una ética o una causa, y reclaman de un tipo de reflexión donde sea posible el análisis de la implicación institucional y el modo en que esta nos afecta.
Los pacientes que nos consultan se encuentran con una población de terapeutas que, como no podría ser de otra manera, reflexionan en el contexto sociopolítico que los habita, y en algunos casos no mucho mas allá de los instituidos culturales que los cobija y los instituye.
Arriesguemos algunas generalizaciones sólo como una invitación a pensar la cuestión.
Una época como la que vivimos a nivel de la producción de subjetividad se corresponde por parte de muchos terapeutas en una caída del entusiasmo en relación a la potencia de la teoría y sus instrumentaciones.
Esto necesariamente repercute en el tipo de campo transferencial que se va generando. Las manifestaciones más escuchadas por parte de algunos analistas son las siguientes: “Los pacientes quieren psicoterapia y no análisis”, “Nadie esta dispuesto a analizarse mas de una o dos veces por semana”. “El análisis tiene que ser algo práctico”. “El método psicoanalítico tal como fue concebido es para los propios analistas y no para los pacientes comunes”.
La clínica tal como ella es se constituye en un ejercicio ecléctico donde conviven diferentes perspectivas de abordaje y supuestos teóricos que funcionan en paralelo y no necesariamente de manera contradictoria.
El problema se instala cuando la propuesta es menos la gestación de un proyecto autónomo y singular del encuentro clínico allí producido y más una acomodaticia respuesta a la imprecisa demanda del paciente-cliente.
Muchas veces se actúa como esos arquitectos que con tal de conservar el contrato de trabajo, abandonan su proceso creador y se ponen al servicio del gusto del cliente o de la época.
No hay repuesta mas lógica y al mismo tiempo menos creativa ante esta situación, que la que realizan los voceros de las corporaciones, cuando llaman al retorno a los grandes supuestos teóricos (Edipo y castración), o a los encuadres consagrados para la formación (Análisis didácticos o re-relecturas de los textos fundacionales).
Si alguna ética y alguna estética sustenta la invención freudiana es todo lo contrario a pontificar y reforzar los dogmas. Las líneas duras en el pensamiento solo se muestran eficaces cuando como en el psicoanálisis alimentaron «La Peste» que la producción inconsciente expandió en relación a los instituidos vigentes. La intensificación del concepto de etiología sexual en Reich, o del concepto de contratransferencia en Ferenczi son buenos ejemplos de este tipo de intensificación.
La pasión de los comienzos que instituyó el Psicoanálisis no tuvo nada que ver con la defensa de lo dado. Las tareas de selección de los falsos y los verdaderos pretendientes al psicoanálisis, se hizo en un ambiente de ebullición, de expresión de diferencias donde la explotación de lo existente y la exploración de nuevos recursos se desarrollaban conjunta y ruidosamente. En la pragmática de aquella época era donde se construían las creaciones teóricas y técnicas del psicoanálisis.
Una pragmática es la que da cuenta de cómo la producción de subjetividad y los nuevos procesos de singularización del cual pacientes y terapeutas son portadores se expresa en la actualidad. Es a través de ella que se manifiestan los indicadores tanto del obsoletismo de nuestros recursos como de la potencia de los mismos. Pensar la subjetividad en nuestra época es un paso necesario para reformular la comprensión de los modos de producción de los procesos y dispositivos terapéuticos.
Esto exige la inclusión de conceptos y de ideas, que junto a los supuestos teóricos más consagrados del psicoanálisis, hagan posible intersecciones entre las diferentes áreas del conocimiento, creando así las condiciones de pasaje desde un paradigma científico para un paradigma ético -estético.
Precisamos desarrollar una percepción patica de los regímenes de afectaciones de los elementos heterogéneos que van desde el análisis de los lapsus y los sueños, el registro de los cambios de la voz, los cambios de ritmo y de velocidad que se presentan en el cotidiano de la práctica clínica.
De este modo lo que se procura es promover estrategias de pensamiento que posibiliten habitar los devenires a los que la producción del inconsciente nos arrastra.
La clínica, la crítica y el pensamiento, son un mismo proceso, que expresa el devenir de una época, de una historia, las detenciones y las aceleraciones a que nos arrastra una determinada producción de subjetividad.
En muchas situaciones el hombre de nuestro tiempo queda aterrorizado frente a estos devenires sin que pueda crear su propio proceso de singularización.
Cuando hablamos de devenir no nos referimos a un cambio o a una evolución de las ideas, o de los grandes relatos.
El devenir que deberíamos incluir en nuestra practica clínica es molecular, tanto en su percepción como en su expresión. Es parcial o fragmentario y no agarra a toda la estructura sino que se expresa a través de encuentros entre partes, de insight circunstanciales. Se manifiesta a través de una disciplina de la percepción de lo molecular y de lo minoritario, que está la mas de las veces recubierto por un disciplinamiento molar de los grandes relatos y de las grandes estructuras.
Siguiendo a Deleuze podríamos decir que el devenir es una intensificación, un cambio de ritmo, un dialecto en la propia lengua, una metamorfosis a partir de un proceso fragmentario.
Este proceso puede ser vivido como extraño y aterrorizante, y es el trabajo de la clínica el que algunas veces le da la ocasión de que pueda también expresar una expansión del pensamiento, una línea de fuga para la creación de nuevos sentidos y para posibilitar la gestación de nuevos territorios existenciales.
Aquí en realidad un lector avisado ya se dará cuenta que aspiramos a nada menos que a seguir la consigna espinosista de enfrentar la moral de la norma con la potencia de una ética del encuentro.
Esta potencia ha encontrado en el paradigma estético gran parte de su fundamentación, ya que ha sido el arte moderno el que ha llevado adelante con más consistencia este tipo de experimentación.
En el proceso analítico las interpretaciones y las intervenciones también deben participar de este proyecto experimentador.
No nos referimos aquí con la palabra experimentación a un festival de técnicas o a los ensayos terapéuticos propios de los 60 y de lo que se llamó el movimiento de potencial humano.
Queremos recuperar para nuestra labor con el sufrimiento de la neurosis un postulado que hoy tiene especial actualidad ante la banalidad de las totalizaciones y la creación de nuevos e inconsistentes mitos salvadores. En este sentido que «ello advenga allí donde el yo está”, requiere un trabajo interpretativo y de escucha que alerte sobre la recomposición de lo absoluto que permanentemente retorna a través de nuevos dogmas y palabras de orden.
Sigue más vigente que nunca la máxima del viejo Lucrecio de que «los acontecimientos que hacen la infelicidad de los hombres no pueden ser separados de los mitos que los hacen posibles».
El análisis desde esta perspectiva tendría que recuperar el sentido laico de retirar el falso infinito que se introduce en los sentimientos y en las obras de las personas que nos consultan y no en procurar nuevos mitos, aunque tengan los supuestos teóricos mas y mejor estructurados.
Nuevos paradigmas, defensa de los supuestos teóricos, defensa de las causas, reformulaciones técnicas, y revalorización de las tradiciones han sido movilizadas ante los problemas que plantea hoy la clínica.
Todas estas perspectivas de diferentes modos han tratado de redefinir los desafíos que se le presentan al pensamiento en las relaciones entre lo individual y lo social.
Desde hace un tiempo una nueva trampa se le viene planteando al pensamiento.
A partir de que lo social en lugar de generar un campo de relación con el afuera y posibilitar una relación con los otros, produce una inhibición de la expansión, convidando a una exaltación narcisista donde el conflicto entre lo individual y lo social queda eliminado.
Comprobamos reiteradamente esta situación en el análisis de las vicisitudes que atraviesan los pacientes en relación a las nuevas condiciones de trabajo que les toca enfrentar.
Ante la precarización laboral que afecta a todos los sectores, inclusive a las práctica psicoanalítica, se ha formulado reiteradamente la cuestión de cómo hacer para recuperar para el psicoanálisis el lugar de prestigio y de interés que ocupaba entre las diversas prácticas.
Esta pregunta no es una buena pregunta, porque nos distrae de la posibilidad de tomar conciencia de la magnitud de la transformación que se viene produciendo en el tejido social en relación al lugar del trabajo.
Estos tiempos pueden ser tratados como tiempos de degradación de la propia actividad si la dejamos en dependencia exclusiva de la precariedad laboral que afecta a todos los sectores ante la prepotencia absoluta del mercado. En el momento en que parecía consolidarse definitivamente la civilización del trabajo, con la hegemonía del salario y la garantía del estado social, el edificio ha comenzado a demolerse y resurge la vieja obsesión popular de vivir al día, y, en adelante el futuro está marcado por el sello de lo aleatorio.
Este aleatorio puede ser vivido como la desgracia de nuestra época o también como la necesidad de resituarnos con relación a la duración, al devenir y retomar un ineludible compromiso con la invención y la creación de nuevos sentidos. Cuando un error se disipa aparece un nuevo sentido No se trata de buscar respuestas a las viejas y malas preguntas, sino preguntarnos y preguntar de otro modo, para dar lugar a la heterogeneidad y la multiplicidad que habitamos.
Estar atentos en nuestro pensamiento al devenir o la duración nos será útil para salir de la ya clásica idea de precarización que parece augurarnos todo el porvenir como inevitable degradación de lo que hasta ahora fuimos. Dice Bergson: “En la medida en que una eternidad es entendida como primera, el tiempo aparece como degradación, distensión o disminución del ser. Así todos los seres se definen dentro de una escala de intensidad entre una perfección y una nada”.
Estar atentos al modo en que la flecha del tiempo arrastra también nuestra práctica y sus supuestos, solo es posible en cuanto abandonemos la idea de una práctica original única y verdadera, como aquello que debemos recuperar.
Sigamos un poco más a Bergson para tratar de orientar nuestras cuestiones.
Hay una primera regla en su filosofía que me parece nos puede introducir magníficamente a los desafíos que se le presenta al pensamiento ante las cuestiones aquí planteadas.
Dice lo siguiente: “Aplicar la prueba de lo verdadero y lo falso a los problemas mismos, denunciar los falsos problemas, reconciliar verdad y creación en el nivel de los problemas”.
El problema tiene la solución que se merece en función de la forma en que se lo plantea. De los medios y de los términos que se dispone para plantearlo depende la verdad del planteo y su solución. Esto que es fácilmente demostrable en las matemáticas, también tiene su correspondencia para el análisis histórico y psicológico.
La historia de los hombres es la historia de la constitución de problemas y la toma de conciencia de esta actividad está en la base de la conquista de la autonomía y de la libertad. Pero la noción de problema tiene su raíz en la vida misma, en el impulso vital.
La vida se determina esencialmente en el acto de superar obstáculos, de plantear y de resolver un problema.
La construcción del organismo es a la vez planteamiento del problema y solución.
La idea de no ser aparece cuando en lugar de captar las realidades diferentes que dan paso unas a otras, partimos de una realidad preformada, de la idea de un Ser en general, que no tiene más remedio que oponerse a la nada.
La servidumbre a lo preformado, a una esencialidad en el pensamiento y la formulación de malas preguntas están directamente ligadas.
Estas ideas nos pueden servir de guía para la construcción de diferentes tipos de herramientas clínicas. Estas herramientas formarán una pragmática que posibilite la expansión de los procesos creativos que hoy quedan aplastados más por el eficientismo mass-mediático que por la represión propia de las neurosis y sus relatos.
En este sentido el propio dispositivo clínico tradicional de la sesión de 50 minutos, hasta por una cierta disfuncionalidad que presenta en relación a los modelos más exitistas, adquiere una nueva fuerza.
Instala, aunque no se lo proponga, una grata lentitud frente a la velocidad telemática que intenta imponerse.
Para finalizar ensayemos la aplicación de alguna de estas ideas para pensar lo que se da en llamar de nuevas patologías. No desarrollaremos la cuestión en este espacio pero será fácil encontrar en el relato de estos pacientes características que resuenan con los problemas que afectan la práctica de los propios terapeutas.
Los llamados trastornos narcisísticos, la patología de borde, la anorexia, el ataque de pánico, los trastornos obsesivos compulsivos tienen una característica en común, a pesar de sus diferencias y de los enfoques que se les pueden dar.
La mayoría de los pacientes que refieren este tipo de padecimiento se presentan como sujetos donde se ha producido una progresiva pérdida del sentido. En muchísimos casos esto se manifiesta en una retirada libidinal que afecta su relación con los otros y con la producción.
Esta pérdida o demolición del sentido reclama de procesos de resingularización, algunos de los cuales están presentes en el plano social a través de los movimientos que han surgido en nuestra modernidad (movimientos ecologistas, movimientos antidiscriminatorios, movimientos en defensa de diversas autonomías, etc.). En el trabajo clínico la recomposición del sentido nos muestra que estamos frente a procesos de duelo y de pérdida que nos lleva necesariamente a encarar el elemento depresivo que está presente en todos estos cuadros.
En el ataque de pánico, por ejemplo, el elemento depresivo muchas veces se encara superficialmente a través de la indicación medicamentosa. Una estrategia clínica más abarcativa debería encargarse de recomponer el sentido en un sujeto esclavizado a un tipo de producción de subjetividad que lo aterroriza con su velocidad y demanda de eficiencia.
La característica principal del ataque de pánico, la agarofobia, sirve para ejemplificar lo que venimos tratando. En la agarofobia un reinvestimiento del caos desafía al paciente. Pensemos en la incertidumbre que referíamos más arriba. Ésta embota sus sentidos y agita su cuerpo con los más diversos síntomas. El paciente enfrenta una máquina espacial compleja donde participan de manera heterogénea el lugar que atraviesa, la circulación que siente como una amenaza, la mirada de los caminantes, y su propia percepción existencial de un espacio dilatado. Por otro lado vive el tiempo como una especie de presente agrandado donde intenta inmovilizar todos su fantasmas de demolición.
La clínica hoy tiene como desafío aprender a cartografiar todas estas complejas producciones de subjetividad para devolver sentido a los acontecimientos y así poder ir reocupando el desierto.
(Extraído de la página: www.geocities.com/HotSprings/Villa/3170/OsvaldoSaidon1.htm)