Centros Sociales y análisis institucional (español).

A Francesco Lorusso

La jornada de hoy es una concatenación de muchos planos y podría indicar una multiplicidad de líneas operativas.
Partiré del plano más concreto, del Centro Social ex Ostello, el Grand Hostel, ocupado el 25 de abril de 2001 y desalojado a fin de año.
Los tres últimos ocupantes han sido denunciados por allanamiento de morada. Yo me considero denunciado como ellos.
He participado en esta experiencia desde el principio, porque siento interés, deseo y placer en la experimentación de espacios autogestionados. Estas situaciones me hacen sentir bien, percibo una atmósfera de libertad que estimula la creatividad.
Diré más, estoy convencido de que la construcción de procesos de autogestión es un síntoma de salud, por usar un estimulante concepto de Bauleo y De Brasi, un signo que nos muestra el bienestar de una comunidad.
Hace mucho tiempo que se piensa que la prevención no se dirige solamente a evitar la enfermedad, sino a promover el bienestar.
En este sentido, en la psicología comunitaria, se hace referencia al concepto de empowerment, es decir, no considerar más a los destinatarios de los proyectos de prevención como objetos de las intervenciones, sino como sujetos activos que promueven acciones y se convierten en protagonistas del cambio.
Nosotros, yo, preferimos, prefiero hablar de multiplicación de procesos de autogestión; me parece un concepto que no se presta a la ambigüedad semántica del concepto de empowerment, al menos por cómo este concepto es entendido en la cultura y el lenguaje italiano.
De hecho, mientras la autogestión es vista y sentida como un proceso muy conflictivo y absolutamente no neutral, el empowerment es percibido como neutro y se ha convertido en la enésima figura retórica del discurso político social construido por las administraciones que temen el conflicto.
Pero volver protagonistas, producir subjetividad, interfiere necesariamente con el orden disciplinar de la sociedad. Transferir poder no puede ser un proceso neutro y falto de conflictos, por ello nosotros, escuela de prevención dedicada a José Bleger, traducimos empowerment como autogestión.
Así es más claro que la multiplicación de los procesos de autogestión no es un hecho neutro, no puede suceder sin conflictos, como aparece sin fisuras la retórica autoreferencial de los discursos político administrativos académicos que produce proyectos y drena financiaciones.
Quiero ver quién comenzará a decir que el empowerment es autogestión y que todos los proyectos que contienen este término han de ser traducidos.
Aquí nos hemos comprometido en esta dirección con una reacción particularmente significativa.
Nada más ocuparse el centro, se produjo una multiplicación de actividades, encuentros, discusiones, experimentaciones que han implicado a varios centenares de personas. Este es un momento instituyente. Un espacio vacío que se llena de deseos, o mejor, un espacio que es construido a través de la múltiple concatenación de expectativas convergentes y contrastantes.
El acto instituyente: la ocupación, ha fracturado los órdenes disciplinarios precedentes y no ha definido la hegemonía de ningún discurso.
El espacio que ha concatenado según las circunstancias los diversos flujos deseantes se ha adornado con graffiti y avisos; algunos reparaban la instalación eléctrica, otros las conducciones de agua, otros limpiaban o controlaban la estabilidad del edificio, otros soñaban o llevaban improbables teléfonos, otros bebían cerveza aportando dinero a la caja común, otros robaban el dinero.
Era interesante notar cómo las competencias técnico cognitivas fueron puestas en común con otras competencias, no para obtener un beneficio, sino por un deseo que debía concatenarse con otros deseos y componer un espacio ocupado y autogestionado.
Hablo de composición porque la autogestión es, en mi opinión, una composición: es la acción de combinar y recombinar planos de realidad múltiple en una dimensión afectiva.
Este es el otro punto importante. La dimensión afectiva. La presencia corporal es central.
El cuerpo de la autogestión es un cuerpo que debe ser arrancado a los dispositivos disciplinarios que organizan el espacio de la vida cotidiana.
Ya Foucault hablaba de biopolítica, es decir, la intrusión de estilos de vida y modelos disciplinarios en la dimensión de la cotidianidad hasta en la estructuración del cuerpo.
Pensemos en el cuerpo esculpido según los criterios de la estética dominante, en la cirugía plástica serial, en los modelos televisivos que todo lo invaden.
Es evidente que un proceso real de autogestión arrancará dolorosamente el cuerpo a estas disciplinas biopolíticas, a los maniquíes clonados que llevan los vestidos, los estilos de vida propuestos por los dispositivos de control biopolítico para encarcelar el cuerpo sin órganos del que habló Artaud.
La autogestión pone un vestido de carne y produce un estado de conciencia absolutamente distinto al del maniquí. Hay un otro lugar posible que se ha materializado.
Hemos entrado en la nave de Morfeus. Un proceso de autogestión implica liberar al cuerpo de las prótesis tecnológicas con las que está conectado en la cotidianidad.
Esta separación es dolorosa, hay en la autogestión la necesidad de la cognición del dolor, como decía Gadda.
Pero también ¿cómo estar en un proceso de autogestión?
¿Qué rol asumir?.
Ya he hablado de la necesidad de superar la ilusión de la neutralidad, pero, por otra parte ¿es posible en estos procesos utilizar los conocimientos de la psicología social?.
¿Es posible un socioanálisis?.
Creo que es posible poner en común los propios conocimientos. Así como el electricista que se ocupa de la instalación eléctrica dona sus propias capacidades, el propio saber hacer, así el psicólogo social dona las suyas para componer un análisis de lo que acontece en la autogestión.
No es un problema simple. Porque es necesaria una capacidad de disociación que sea, como decía Bleger, instrumental y operativa (añadimos nosotros).
Quiero decir que para manejarse en una tal situación, es necesario tener una formación que permita estar emotiva y cognitivamente en la situación y, al mismo tiempo, observarla, como desde fuera.
¿Cómo se puede hacer esta operación sin confundirse?
No es fácil, porque siempre hay confusión, pero si se tiene un esquema de referencia conceptual y operativo se puede educar la mirada, la escucha, el olfato, en suma el cuerpo a estar y al mismo tiempo a no estar, a vivir una experiencia bajo una multiplicidad de estados de conciencia.
Pero esto no agota el problema de la implicación. La implicación tiene que ver con la pertenencia a una institución, decimos que en este momento histórico, en Italia, la pertenencia a una institución, la dependencia, implica una serie de comportamientos que podrían entrar fuertemente en conflicto con una experiencia de autogestión.
Por ejemplo, el director general de una ASL (Administración Sanitaria Local) podría, a través de un delegado suyo, reprobar a quien se compromete en una experiencia de autogestión.
Esta implicación institucional, me viene decir impregnación institucional con el mismo concepto usado para los neurolépticos, influye sobre la participación en las experiencias verdaderas y no retóricas de empowerment.
Cuando el conflicto entre una pertenencia institucional y una experiencia de autogestión o de empowerment (si os gusta más este término) entran en conflicto, entonces es necesario hacer referencia a una ética que no está ligada a la institución que disciplina un control biopolítico sino a un campo de investigación.
Este campo de investigación no es ciertamente la academia. Basta pensar en cuántas investigaciones hay sobre centros sociales en Italia. Se investiga sobre todo, pero evidentemente no hay ninguna “institución” o “fundación” interesada en encargar una investigación sobre los centros sociales.
Tal vez hay una institución, pero no es una institución de investigación, es el Ministerio del Interior. Para éste los centros sociales no son considerados síntomas de la salud, sino centros de inseguridad y sometidos por ello a la lógica del control.
No se hace una investigación con la lógica del control, se hace solamente una actividad de mantenimiento del aparato disciplinar biopolítico.
En general, estas actividades de espionaje finalizan en represión, reducción de los espacios de libertad, cierre de las sedes abiertas, destrucción y secuestro de los archivos, arrestos, etc.
La sociología y la psicología social no se ocupan de los centros sociales, el análisis institucional se ocupa de grandes instituciones ya definidas: el hospital, las escuelas, las empresas.
Creo que es indispensable comenzar a producir un saber que esté en condiciones de autogestionar una investigación sobre las múltiples realidades de los centros sociales.
Una investigación que nos permita comprender cómo pueden concatenarse perros, piercing, tecno-extremo, experiencias corpóreas, estilos de vida alternativos, con antagonismo, desobediencia social y prácticas de deserción desde los campos disciplinarios.
Todo esto está sucediendo en la práctica todos los días en las múltiples realidades de los centros sociales, todo esto produce incesantemente inconsciente.
El fin de nuestra investigación es el tentativo de dar una teoría a esta práctica, un pensamiento a esta acción para contribuir a ampliar el área de la conciencia y de la producción de inconsciente.

Leonardo Montecchi
Marzo 2002

(Traducción de Federico Suárez)

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